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How to heal a broken heart

Actualizado: 27 jul 2020

La incertidumbre es una de las experiencias más difíciles que nos toca enfrentar a los seres humanos. Nos gusta sentir que tenemos el control. En mi caso era así también.

Saber exactamente qué haría en la semana, el mes o incluso el año entero me daba seguridad. Hasta que me tocó vivir un año completamente desconectado de mi “vida normal” y no tuve otra alternativa más que abrazar la incertidumbre. Entonces vi surgir frente a mí una concepción distinta de las metas y los procesos para alcanzarlas. Durante el primer año de vida de Martín la única meta era mantenerlo con vida y eso organizaba nuestro calendario y nos mantenía enfocados a mí y a mi esposo. Pero cuando finalmente abandonamos el hospital e intentamos retomar nuestras vidas, nadie me advirtió de lo que vendría.


Mi corazón estaba roto. Esa fue una de las consecuencias de ser la madre de un bebé con un defecto congénito del corazón. Yo no había sido operada como él pero estuve allí durante cada inyección, cada operación, cada procedimiento, cada cama de hospital. El corazón me dolía como nunca. Dolía porque sentía que me había perdido a mí misma, no podría encontrarme, no tenía forma de agarrarme de la vida que consideraba mía porque ya no existía. Parecía que la única opción era olvidarme de la vida que había vivido antes de todo ese proceso, aceptar que mi corazón ahora era distinto, era nuevo.

Tras volver de Boston a Miami, donde fue la última cirugía de Martín, me encontré sola con tres hijos en una ciudad desconocida, en una nueva casa y sin un propósito claro para mí misma. Mi esposo tuvo que volver a Guatemala para poder trabajar y mantener a la familia. Yo no tenía trabajo al cual ir, no había amigas con las cuales conversar alrededor de un café, no había rutinas que organizaran mi vida como un ancla de la cual sostenerme y mantenerme estable.

La meta entonces era esperar a que tuviéramos permiso para volver a casa pero no sabíamos cuánto llevaría. Mis hijos volvieron al colegio y mi único trabajo era llevarlos y recogerlos. Estaba deprimida. En Guatemala mi empresa se había quedado en el aire y enfrentaba grandes desafíos mientras yo era incapaz de volver para apoyar a mi equipo. No que quedaba más que confiar en la vida y en Dios. Estaba deprimida porque la mujer que solía ser de pronto había desaparecido y con ella mi energía y mi valentía.

A cierto punto, sabía que tenía que recuperarme a mí misma y que era hora de emprender ese viaje. Mi primer paso fue inscribirme a un gimnasio local de CrossFit. Lo elegí porque era algo que había querido hacer en algún momento pero me daba miedo hacer. Sabía que no iba a ser capaz de responder a ese nivel de exigencia física y esa fue la razón por la que decidí empujarme e inscribirme. A continuación me volví vegana, aprovechando que mi esposo, que ama la carne, no estaría. Enfoqué toda mi energía en estas dos cosas por tres meses.

El propósito era ir avanzando poco a poco, pero decididamente. Al inicio el mayor reto era levantarme a las 5:30 am para llegar al gimnasio. Una vez superado ese reto, podía comenzar a intentar hacer CrossFit. Una vez comencé a hacerlo, y cambié mi dieta, bastaron dos semanas para sentirme mejor y empezar a disfrutar de todo lo que me rodeaba. Comencé a sentirme tan bien físicamente, volví a sentirme joven, quería salir más.

Pronto comenzamos a salir con mis hijos los fines de semana y a beneficiarnos de tomar el sol –algo que también ayudó con mi depresión–. Descubrí los beneficios del mar y de tomar vitaminas y minerales con ocho vasos de agua al día. Mi cuerpo se sentía energizado como si fuera una niña, me sentía bien en mi piel y con cada día que pasaba, la sesión de CrossFit era más soportable.

Encontré la felicidad de nuevo. Los días oscuros de angustia e incertidumbre parecían, finalmente, lejanos. Otra vez fui capaz de ver el lado positivo de la vida y de disfrutar el presente.

El tiempo y la energía que antes dediqué a trabajar en mi empresa lo enfoqué todo en vivir cada día y tomarme el tiempo para sencillamente existir. Respirar, sentir el sol y nadar. Aprendí a respirar y a meditar y a cómo estar quieta. Aprendí a escuchar de nuevo a esa voz interna que todo el tiempo estuvo conmigo.

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